Tierra de Antonio Galán, de Alcantuz y Berbeo
que lleva en las entrañas valor como heredad
por ser receptora del fuego de Prometeo
que prendiera la lumbre de nuestra libertad.
Tierra comunera de la mujer valerosa
cual Manuela Beltrán que con sublime osadía
dio inicio a la contienda con actitud pasmosa
al rasgar edictos de inhumana tiranía.
En ciudades y aldeas de singular belleza
caminan los recuerdos de los viejos abuelos
que sembraron semillas con honor y grandeza
para que los párbulos lograran sus anhelos.
En caminos y en trochas con trinos de jilgueros
se observa a plenitud grandiosa naturaleza
la que encubre los sueños de peones y arrieros
que cultivan peñascos con valor y destreza.
De árboles frondosos y de viejos gallineros
cuelgan las salvajinas o barbas de San Pedro
las que llevan a su nido hermosos carpinteros
donde crecen los hijos con amor verdadero.
En el tiempo de molienda, en sencilla enramada,
se oyen tocar de noche con el tiple y requinto
la guabina, el bambuco, el pasillo y la tonada
en canto de peones que llega al infinito.
Su aire está impregnado con dulce olor a guayaba;
de nardos, de azucenas, de magnolias y rosas
que esparcen aromas al comenzar la alborada
cual perfume exquisito de mujeres hermosas.
¡Oh tierra de Santander de la hormiga colona,
del cabro, de la arepa, del mute y pepitoria,
de dama admirada cual verdadera matrona,
yo quiero que su comarca viva en paz y euforia.
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